LA BENEFICENCIA MASÓNICA EN ESPAÑA
Como
desde su fundación, la Masonería siempre se ha definido como una Institución filantrópica
cuya primera obligación es la caridad, nos parece interesante estudiar
como concibieron y concretaron esta obligación los masones madrileños
entre 1868 y 1888.
Desde 1871 las Constituciones
del Gran Oriente de España especificaban que la Masonería tenía por
objeto el ejercicio de la caridad, y el apartado nº 2 del art. 7,
titulado de los Masones, puntualizaba que los principales deberes de
los masones eran: “amparar, proteger, socorrer a todo hermano
necesitado, como igualmente a su viuda y huérfano, concurrir, cooperar
con su persona, sus facultades, e influencia a todo lo que sea el bien
de la Orden, de la patria o de la humanidad… la acción banal y
ostentosa que mueve a una sociedad corrompida e insustancial a ejercer
un acto de donación que necesita un numeroso concurso de espectadores
para aplaudir una generosidad que las más de las veces no es más que
una vanidad”.
Por el contrario, para el
masón, hermano de todos los hombres, la caridad es una “virtud modesta
como la violeta que se adivina por su fragancia”; es un noble
sentimiento que se ejerce misteriosamente en la sombra y en tales
condiciones que la persona, la sociedad, o la nación auxiliada por los
masones muy rara vez conoce la fuente del beneficio; además esta
caridad no se limita a un círculo reducido; como la masonería, es
universal. Para poner en práctica esta caridad cada logia de cualquier
grado elegía o designaba una comisión de beneficencia encargada de la
gestión de los fondos recaudados en el trono de beneficencia que
circulaba entre los hermanos al terminar las tenidas. Para remediar
tan poco caudal solían organizarse rifas de un reloj, por ejemplo o de
una cartera en la logia o entre varias logias. Pero, en 1882, el
hermano Francisco de Pino, de la logia Amor se opuso terminantemente a
tales prácticas explicando que las logias no eran casas de juegos y
que todos los juegos eran inmorales. Y como era también en esta época
diputado por la Gran Logia Simbólica su autoridad hizo que fueran
desapareciendo las rifas. Resultaba también, a veces, de gran provecho
para el tronco de beneficencia la organización de tenidas blancas, es
decir públicas, en las que se celebraban el bautizo o la adopción de
un lovatón, veladas literarias, conciertos. Pero algunos artículos de
Reglamento interior de algunas logias puntualizarán que: “la logia no
entrara en negociaciones de ningún género para concertar funciones de
teatro ni otro espectáculo que tienda a favorecer el fondo de
beneficencia, ni aun con destino a determinados socorros para los
hermanos necesitados, declarando por tanto que no se aceptará para
este fondo más que los ingresos naturales del saco y los donativos”.
Dicho de otra manera, la caridad es un deber propio de los masones y
no se puede hacer con el dinero de los demás.
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Albañil herido (Goya, 1787) |
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Aun así, parece que estos
masones no lograban cumplir con sus obligaciones por varios motivos.
Primero, en todas las logias, y contraviniendo de esta manera todos
los Estatutos Generales de la Orden desde los de Anderson, cada vez
más se iniciaban a profanos que no tenían suficientes recursos
económicos, como lo atestiguan las numerosas exoneraciones de derechos
de iniciación; además, una gran parte de estos masones padecían una
precaria situación económica, verbi gracia los empleados, con
la amenaza de la cesantía, por lo que sintieron la necesidad de
organizarse con ciertas medidas de previsión.
La primera logia en formular
un proyecto interlogia, denominado asociación de intereses
mancomunados, fue la Luz de Mantua en 1877; pero no logró su
propósito. Por el libro de Actas de las tenidas sabemos que se
discutieron varios proyectos y que por fin se adoptó el de dedicar la
mitad del tronco de beneficencia de cada tenida para el fondo de
socorros mutuos. Después lo intentaron la logia Amor y más tarde la
Minerva. y esto a pesar de las reiteradas circulares del Gran
Secretario Utor y Fernández que recordaban a los masones sus deberes;
y particularmente la del 30 de diciembre de 1885 en la que explicaba
que por culpa de los talleres que no remitieron a la Gran Logia las
cuotas decretadas en el art. 289 los resultados del ejercicio de la
caridad de la Gran Logia venían a ser negativos. Insistía en que la
masonería en absoluto podía ser una sociedad de socorros mutuos:
“supuesto que debe componerse de hombres de posiciones propias en el
mundo profano, propicios a sacrificarse en aras de la Humanidad”.
Critica también las logias que “se conmueven al primer grito de
angustia que llega de los extraños y que oyen con tanta indiferencia
el de la viuda y del huérfano del que a nuestro lado trabaja”.
Y es verdad que los hermanos solían responder con bastante generosidad
a suscripciones de carácter humanitario. El primer ejemplo que
encontramos fue la iniciativa de parte de ciertas logias de Madrid, de
mandar algunos fondos a Francia para auxiliar a los heridos de los dos
campos de la guerra franco-prusiana en 1870. Tenemos también el
mantenimiento por la logia Fraternidad de una ambulancia en el frente
del Norte durante la guerra carlista en 1874. Asimismo recaudaron
dinero para ayudar a las víctimas de las catástrofes naturales que
afectaron diversas provincias de España: inundaciones de Levante,
terremoto de Granada, etc... Para terminar esta enumeración, en nada
exhaustiva, citaremos la creación, en 1885, por las logias de Madrid
de una asociación llamada: "Los Hermanos de la Humanidad" para prestar ayuda en la
lucha contra las enfermedades coléricas.
En todo caso, parece que la
práctica dista bastante de la teoría sobre todo si consideramos el
contexto socio-económico, y eso por varios motivos. Primero, como en
otros comportamientos masónicos encontramos la manifestación de dos
mentalidades opuestas: una, tradicional, bien instruida en el ideal
masónico, que quería conservarlo en toda su pureza, salvando así lo
específico de la Orden, sociedad iniciática. La otra, más consciente
de la realidad o menos instruida, masónicamente hablando, se esforzaba
por adaptar los principios a los tiempos y actuar como si la Orden
fuera una sociedad cualquiera.
Extractado de: Francoise Randouyer, “Beneficencia Masónica: Teoría y práctica”
(Universidad de París-Sorbonne), en J. A. Ferrer Benimeli (coord.),
Masonería, Política y Sociedad. Actas del III Symposium de Metodología
aplicada a la Historia de la Masonería Española, Zaragoza, 1989,
Vol. I, pp. 501-507.
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